El paso del tiempo, su fugacidad, despierta reacciones diversas. Por una parte nos hace aferrarnos al presente para su intenso disfrute. Por otra nos hace remitirnos al pasado llenándonos de nostalgia e induciéndonos a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Reflexionar sobre el tiempo me remite siempre al carpe diem. Me insta a vivir con intensidad y a trabajar con entusiasmo. A saborear la vida. En el libro “Historias que hacen bien”, de Daniel Colombo, leo esta interesante historia.
El sabio respondió.
– No lo sé.
La respuesta enfureció al rey, porque interpretó que el sabio estaba riéndose de él. Y le gritó:
– ¿Cómo te atreves a decirme que no sabes cuántos años tienes? ¿Te estás burlando de mí?
El sabio respondió serenamente:
– No, señor. Ocurre que, a mi entender, los años que tengo son los que me faltan por vivir y no los que he vivido; los que viví pasaron, ya no los tengo; los que viviré son una incógnita. Por lo tanto no sé a ciencia cierta cuántos años tengo.
Esa incertidumbre sobre el futuro nos amarra bien fuerte al presente. Al “ahora” que tenemos. A las cosas que debemos hacer con perfección. Hablo del trabajo. Y hablo también de diversión. Saber disfrutar (del trabajo y del ocio) es un arte y una ciencia que no se dominan fácilmente.